Diálogos Alcoyanos (IV): los mercados callejeros

El periódico «La Patria Chica» incluía entre sus páginas una sección titulada «Diálogos Alcoyanos», en la cual, con algo de humor, recreaban conversaciones entre dos personas sobre los temas de actualidad y quejas dirigidas al gobierno municipal. Estos extractos nos sirven para conocer las preocupaciones cotidianas de aquel momento, y de una manera más cercana.


En esta ocasión, el articulista de «La Patria Chica» se queja de la organización de los mercados que se instalaban en las calles y plazas de la ciudad: Polavieja, plaza de San Francisco, de las Gallinas… Su propuesta es que se organicen esos mercados de una forma estable.

– ¿A donde vá Vd. tan temprano don Ambrosio?
– Vengo de oír Misa de siete en la Parroquia de Santa María.
– ¿Quiere Vd. que demos una vuelta por Alcoy?
– Como Vd. guste.
– Vámonos pues, por la calle de Polavieja hacia el puente
– ¡Hombre no! esa dichosa calle esta intransitable los domingos y demás fiestas de guardar, por estar ocupada por los revendedores de frutas, hortalizas y otra infinidad de géneros, que convierten a la calle en cuestión, en un mercado sin nombre.
– No importa D. Ambrosio; eso es cuestión de unos cuantos empujones más o menos.
– Pues me gusta su mansedumbre, D. Timoteo: y ¿qué necesidad tengo yo de sufrir esos empellones?
– Pues la necesidad de sufridos resignado cual moderno Job, si quiere usted que vayamos al puente, so pena de conformarse a que demos una vuelta terrible.
– Pues prefiero dar esa vuelta.
– Vamos pues por la calle de San Nicolás hacia arriba a desembocar en la calle de San José, pasando por la plazuela de San Francisco.
– ¡Bonita está también la tal plazuela! hombre, parece un recién llegado de Babia. Pues ¿no sabe Vd. que la plazuela en cuestión, está ocupada igualmente por los vendedores de loza, y otros cachivaches de vidrio, amén de lebrillos y tinajas tan panzudas, que parecen barrigas ministeriales?
– Tiene Vd. razón, D. Ambrosio, tiene Vd. razón: buscaremos la calle de San José dando la vuelta por la de la Beneficencia vieja.
– Pero bendito del Señor, ¿no sabe Vd. que esa calle de la Beneficencia vieja está convertida en pedrera pública, por tener ocupado casi todo el ancho del arroyo por enormes bloks, que se están preparando para la obra, que un señor propietario están levantando próxima a este sitio?
– Corriente, hombre, corriente: nos iremos calle de San Nicolás arriba, dejando la Glorieta a la derecha, a buscar la que conduce a las puertas de Villena, y al llegar a la escalerilla de la calle de San Mateo, tomaremos esta calle hacia abajo, para ganar la de San José.
– Pero ¿qué vamos a ganar con ganar la calle de San José como Vd. dice, don Timoteo? ¿no sabe Vd. que dicha calle de San José está también ocupada por los revendedores?
– Vámonos, pues, por la calle de la Escuela.
– Haga Vd. el favor de de hablar administrativamente, D. Timoteo, ó doy cuenta a la Alcaldía. La calle de la Escuela ya no existe,
– ¿Cómo que no existe, teniendo yo como tengo en ella dos casas, que, son la Providencia terrestre que me proporciona el cocido?
– Que no existe, le vuelvo a decir á Vd., administrativamente hablando. No sea Vd. ignorante hombre, no sea usted ignorante: y qué falta de educación Administrativa tiene Vd: esa calle se llama calle de D. Saurina.

– ¡Aaaah vamos! me tranquilizo. Vámonos pues por la calle de D. Saurina
– Pero venga Vd. acá, mi señor don Timoteo. ¿No ve Vd. que si vamos por dicha calle, saldremos a la plazuela llamada de las gallinas y tendremos tres cuartos de lo mismo, como vulgarmente se dice?
– Pero, entonces, ¿por dónde vamos a ir al puente D. Ambrosio?
– Pues, eso mismo mismo pregunto yo, D. Timoteo; ¿por donde vamos a ir al puente?
– Mire Vd. que es mucho cuento lo que pasa en este Alcoy, tener convertidas sus calles más céntricas y hermosas en mercado público.
– Alto, mi señor D. Timoteo, alto. El oficio de critico es muy cómodo en este mundo las más de las veces. Si el mercado no es capaz, para contener a los revendedores que acuden a surtir a este numerosísimo vecindario de lo que necesita, ¿que va a hacer el Ayuntamiento? ¿Va a sacarse un mercado del bolsillo, para dar cabida en él, a los revendedores que no caben en el mercadillo de las lonjas?
– Pero diga Vd. D. Ambrosio, ¿cree Vd. por ventura, que el mercado de Valencia por ejemplo, con ser tan grande y hermoso, es suficiente para abastecer la capital del Turia?
– No señor. Y sin embargo de no serle, ¿ve Vd. ocupadas las calles de la ciudad de las flores, como lo están las de Alcoy, por los revendedores?
– ¡Hombre! tiene V. razón; no señor ¿y como se las arreglan en Valencia?
-Pues de una manera muy sencilla, mi querido D. Ambrosio. Por medio de mercados subalternos, que es lo que debía hacerse aquí en Alcoy, si Vd. no se opone.
– ¡Hombre! que me he de oponer: por ¡María Santísima! veo que he estado tocando el violón a alta orquesta. Porque ahora que reflexiono, pienso y digo, que en toda población grande, resulta insuficiente todo mercado para el abastecimiento general de la población y así como la vida se traslada a las extremidades de todo pueblo que ensancha, deben ir unidos a esta misma vida el número de mercados subalternos necesarios, para el abastecimiento de los vecinos que viven lejos del mercado central. Pero el mal esta D. Timoteo, en que aquí en Alcoy, no veo sitio adecuado para establecer esos mercados subalternos de que Vd. habla.
– ¡Pues no lo ha de haber, D. Ambrosio, no lo ha de haber! Mire Vd: en la planicie que forma el antiguo vertedero, próximo a nuestra hermosa casa de la Beneficencia, podría establecerse perfectamente un mercado subalterno, en el cual, podrían surtirse todos los vecinos del importantísimo y hermoso barrio de Santa Elena, y muchos de los de la calle de San Juan y otras calles próximas a ésta.
– En la plazuela del Hospital viejo, podría establecerse otro, o en la del carbón.
– Pero hombre D. Timoteo: tenga Vd. en cuenta que en la plazuela del Hospital viejo está la iglesia de la Virgen de los Desamparados.
– Usted si que está desamparado de la razón D. Ambrosio. Pero hombre, ¿eso que tiene que ver? En la plaza de la Congregación de Valencia, que, como Vd. sabrá, hay establecido uno de esos mercados subalternos de que hablamos, ¿no está la Iglesia de Santo Tomás? Y aún en el mismo mercado central de la dicha Valencia, ¿no está la soberbia Iglesia de los Santos Juanes? Pero ¿qué necesidad tengo de irme tan lejos, teniendo el ejemplo en casa, es decir, en nuestro mismo Alcoy? En la plaza de San Agustín, mercado todos los miércoles y domingos, ¿no está la Iglesia del nombre de este santo, y además la parroquia de Santa María?
– Tiene Vd. razón, D. Timoteo, tiene Vd. razón: me entrego. No he dicho nada.
– Corriente pues. En la plazuela del Hospital viejo quedamos, en que podría establecerse otro mercado subalterno. En el final, subiendo de la espaciosa y despejada calle de San Mateo, que tiene el ancho de una buena plaza, podría establecerse otro. Con los tres mercados subalternos antes dichos y alguno que otro más, que establecerse pudiera si fuese necesario, ya ve Vd. limpias por completo de revendedores las calles de Alcoy y sobradamente capaz el mercado interior o de las lonjas, para abastecer a los vecinos del centro del pueblo.
– Pero diga Vd. D. Timoteo, antes se quejaba Vd. de estar ocupada la plazuela de San Francisco, por ejemplo, por los cachivaches del mercado, y ahora quiere Vd. ocupar con ese mismo objeto varias plazuelas de Alcoy, ¿en qué quedados?
– Hombre no sea Vd… melón iba a decir.
– De lo que me quejo de la plazuela de San Francisco, la llamada de las gallinas etc. etc. no es de que estén ocupadas, materialmente, sino de que estén sin forma de un mercadillo estable y fijo, y con los géneros tirados de cualquier modo, en el suelo, y entorpeciendo en algunos días el paso para las calles y casas próximas. Háganse, pues, esos mercadillos permanentes, y procúrese dejar ancho paso para el cruce a las calles cercanas y entradas de las casas, y cuanto mas mercadillos, mejor.
– No hablemos más, D. Timoteo, tiene Vd. razón. Pero hablando del tal mercado, nos hemos quedado sin poder ir a la calle de Santa Elena, D. Timoteo.
– Hombre tiene Vd. razón D. Ambrosio: y a mí, se me ha hecho además tarde porque me espera el chocolate.
– Pues lo propio digo hermano, con que hasta otro rato.
– Salud pues, y conservarse.

La Patria Chica, 26 de mayo de 1898

Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *