Recuerdos del Alcoy antiguo (II): la plazuela de San Jorge

En la segunda entrega de esta serie de artículos, publicada el 8 de enero de 1933 en la Gaceta de Levante, Antonio Valor Albors nos traslada a la plaza de San Jorge, espacio que existía frente a la iglesia de dicho santo, y que al igual que el callejón de las Monjas del anterior artículo, desapareció definitivamente con la ampliación de la calle de Santo Tomás en los años 1928 y 1929. Aunque hay que precisar que unos años antes ya se habían demolido una serie de casas a la parte baja de la plaza. En cualquier caso, veamos qué nos cuenta Valor sobre este lugar.

Nos situamos delante de la Iglesia de nuestro primario patrón San Jorge, cuya edificación y, sobre todo, en cuanto al exterior se refiere, sea dicho de paso, es de bastante mal gusto, a pesar de haber intervenido en su reconstrucción varios técnicos y artífices locales que pusieron su mayor y mejor empeño en hacer algo extraordinario y resultó lo que todos vemos hoy: unas fachadas absurdas de líneas desproporcionadas y carentes en absoluto de belleza. Pero en fin, ya está hecho y no tenemos más remedio que conformarnos con lo que nos han dado, que bastantes sudores y disgustos tuvieron que pasar los señores que se encargaron de llevar a la práctica las obras de este templo que, teniendo la feliz idea de hacerlo más grande que el primitivo, resultó más pequeño.

Yo me hago la ilusión de que tengo delante de mis ojos la vieja iglesia, cuyas paredes eran de una sencillez consumada pues, puesto que eran lisas completamente, con sus puertas de arco formado por largas y anchas dovelas patinadas por el sol y las lluvias de unas cuantas centurias y estos muros tan sobrios, mejor dicho, tan austeros, daban la sensación de sencillez y robusteza, y que es lo que debe acompañar a esta clase de monumentos.

Parece que la recientemente finalizada iglesia de San Jorge no era del agrado de Valor, prefiriendo el aspecto de la antigua iglesia del siglo XVIII. Aunque no sorprende esta preferencia, dado el carácter conservador del escritor, es curioso plantearse cómo estas obras, que hoy hemos asumido ya como históricas, en su momento también tuvieron defensores y detractores, al igual que hoy en día. Quizás es algo obvio, pero que no se suele considerar muy a menudo.

Continúa Albors describiendo los edificios que formaban esta plaza.

Al lado norte, y orientada hacia mediodía, una casona de grandes proporciones en todos sus aspectos, se levantaba en el mismo sitio de donde arranca el nuevo puente. Entre dos balcones de la parte principal, ostentaba una imagen de la Purísima esculpida en piedra y alumbrada por la noche, con un farolillo de aceite, que luego, al correr de los años e implantarse la electricidad, se sustituyó por una preciosa y laica bombilla.

Enfrente, una parte del convento del Santo Sepulcro, con sus ventanales castamente velados por viejas celosías y “vis a vis” de nuestra iglesia, la típica calle de la Virgen de Agosto. Aquello era la renombrada Plazuela de San Jorge, tranquila, apacible, con grupos de chicos jugando a la pelota, al pajarito o a la comba si eran niñas. En el centro, una fuente circular con tres chorros rematada por una estatua ecuestre del Santo, de hierro fundido o bronce, muy concurrida en toda época y en particular en verano, pues gozaba de reputación el agua de la “Font del Patró”.

Detrás de la mentada casa grande, que era de la familia de Pérez (don Joaquín) se encontraba la pintoresca plazoleta “dels porchets”, así llamada por tener en la parte posterior dicho inmueble, unos soportales abovedados, bajos y oscuros, de donde salía el vibrante sonido del martillazo sobre el yunque y las llamaradas y chisporroteo que un fuelle desvencijado de arcaica fragua hacía elevar en diminuto volcán el ígneo elemento a la altura de aquella humada techumbre. Un par de hombres, a lo sumo tres, trabajaban allí con denuedo, alegres y satisfechos de su suerte, a golpe seco sobre el metal candente y libres de prejuicios sociales que atormentan el alma y perturban los sesos. Aquello era “la fragua de Vulcano”.

De esta plaza no tenemos imágenes. Se llamó también plaza de las Carnicerías y de los Herreros, ya que ahí se encontraban ambos oficios desde al menos el siglo XVII. Esta desapareció con la primera tanda de demoliciones de la zona, llevada a término en la década de 1910.

Ahora Valor nos desvela que el retablo de San Marcos, situado a la entrada de la calle de San Antonio, y ya mencionado en el siglo XVII en el Llibre de la Peita, habría perdurado hasta que se ejecutaron las demoliciones referidas. Cabe destacar que el famoso «portell de Sant Marc» estaba situado a la entrada de dicha calle de San Antonio, que en tiempos pasados se llamaba precisamente de San Marcos.

Plano de 1875. La plaza de San Jorge en medio, el río queda a la parte inferior. Se ven las iglesias del Santo Sepulcro y de San Jorge al lado izquierdo.

Allí cerca estaba el viejo muro de San Marcos, donde, según reza la tradición, se apareció San Jorge y, recordando aquel hecho, había colocado sobre la pared un cuadro pintado sobre azulejos, representando la aparición con figuras e inscripción, todo muy siglo XVIII. Pero ha desaparecido de aquel sitio donde estuvo tantos años y no sabemos quién lo tendrá o dónde estará a estas horas la interesante mayólica. La piqueta demoledora ha hecho grandes estragos en estos últimos tiempos, a la soflama de los ajados tópicos de urbanización, progreso, civilización, cultura… en lo poco que aquí nos quedaba de arte y de tradición de las pasadas edades. Hoy me asomo al modernísimo puente de San Jorge y pienso en lo que era aquel trozo del Alcoy antiguo que se fue, y con las veneradas piedras que la herramienta del hombre derribó por los suelos, cayeron también pedazos del espíritu de la raza… ¡del alma del pueblo, de aquel pueblo alegre y humorista, de psicología “sui géneris”, libre y confiado, que no conocía la ponzoña que en nuestros días ha envenenado tantos corazones y ha despeñado por el abismo tantos seres inocentes!…

Recuerdos del Alcoy antiguo (II), Antonio Valor Albors. La Gaceta de Levante, 8 de enero de 1933

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